Me encantan las
historias de piratas, pero cuando empecé a sospechar que mi mamá era una de
ellos, la idea mucho no me gustó. Un día escuché una conversación entre mi mamá
y mi abuela.
Sí, ya sé, no debo
escuchar las conversaciones ajenas, pero mi mamá hablaba muy fuerte porque mi
abuela no oye bien. Entonces -aunque yo estaba en mi cuarto- fue inevitable oír
lo que hablaban ¡Y hablaban de tesoros, ni más, ni menos!
Yo no podía creer lo que
escuchaba, mamá le decía que guardaba muy bien sus tesoros porque eran muy
valiosos, tanto más que el oro y la plata. Y yo me preguntaba: “¿Serán piedras
preciosas? ¿Qué puede valer más que el oro y la plata? ¿Cómo era que mi mamá
guardaba tesoros? ¿Dónde? ¿Los escondía? ¿Cómo los conseguía? Muchas preguntas
para ninguna respuesta.
Y ahí se me ocurrió que
tal vez mi mama fuese un pirata. Era una idea un poco loca, pero quizás… Uno
nunca sabe. Cierto es que jamás la vi en alguna actitud piratezca, no usaba
parche en ninguno de sus dos ojos, le temía al agua, con lo cual era muy
difícil suponer que pudiese ser pirata, pero .. ¿Si en realidad lo era y yo no
me había dado cuenta?
Tesoros… ¿Cuántos
tesoros tenía mi mamá? ¿Dónde? ¿Serían tan valiosos como ella decía? El asunto
me pareció lo suficientemente serio como para investigarlo. Comencé entonces a
mirarla con más detenimiento, a prestar más atención a sus movimientos. Nada
parecía sospechoso. No podía pensar en otra cosa.
Soñaba con mamá vestida
de pirata con un sobrero rosa y un pantalón y una chaqueta haciendo juego que, por
qué no decirlo, nada mal le quedaban. Estaba desconcertado, no podía dejar de
recordar esa conversación entre ella y la abuela. Tal vez le estaba confesando
un secreto guardado por años, tan bien guardado como los tesoros que tenía.
Hablando de los tesoros…
decidí buscarlos. Tenía que sacarme esa duda que tanto me preocupaba. Tenía que
enfrentarme con la verdad. Una mañana, mamá había salido de compras y entonces
entré en su cuarto y comencé, con mucho cuidado, a revisar todo: cajas,
cajones, cajitas.
Entre las tantas cosas
que tenía mi mamá, encontré una caja distinta al resto, especial y hermosa
“¡Aquí están!” pensé y la abrí. Grande fue mi desilusión y mi desconcierto al
ver que en esa caja no había nada de oro, ni de plata, ni brillantes, ni perlas.
Su contenido era bien distinto: mis primeros dientitos, fotos, tarjetas de
cumpleaños, cartas de amor de mi papá, dibujos míos.
Pensé que me había
equivocado de caja y mientras guardaba todo, volvió mi mamá y me descubrió. Muy
seria, me preguntó qué hacía revisando sus cosas y yo, con mucha vergüenza,
decidí contarle mi sospechas.
Mamá rió a carcajadas y
yo no entendí qué era lo gracioso de esa situación: yo sospechaba que ella era
un pirata, ella me descubrió haciendo algo incorrecto, nada tenía mucho sentido.
Entonces me explicó que
lo que yo había encontrado sí eran sus valiosos tesoros, que esa caja contenía
nuestra historia, demostraciones de amor, momentos inolvidables de su vida,
recuerdos que atesoraría por y para siempre en esa caja y sobre todo en su
corazón.
Ese día entendí a qué
podemos llamar valioso realmente, me sentí feliz, la abracé, la acaricié y
respiré aliviado porque mi mamá no era un pirata, era una mamá como cualquier
otra o tal vez no, porque a mis ojos era la más linda y la mejor.
FinLibro dedicado por el día de la madre.