En la misma estela que el memorable Orejas de mariposa, Díez Reguera nos participa sus intenciones desde la dedicatoria del libro "A las pequeñeces que nos hacen singulares" y tira de Serrat para recordarnos "...quiéreme entero y tal como soy". A partir de entonces descubriremos a una niña encantadora que, con cara de enamorada, alas en la espalda y pájaros revoloteándole la cabeza nos confiesa insistentemente su amor por Martín. Lo nota en la piel cuando las rodillas se le ponen tontas al pasar a su lado aunque él no se dé ni cuenta. Por ello sus amigos le sugieren que cambie de peinado, se quite las gafas, esconda sus pecas o simplemente deje de canturrear. El lector verá cómo la niña se va despojando poco a poco de esos detalles un tanto estrafalarios que la hacían distinta al resto, cómo va renunciando para revelarnos una imagen más convencional frente a la protagonista atolondrada que nos conquistó al principio. Una rendición que se materializa con acierto a través de ese dibujo de pájaros enjaulados que antes volaban en libertad.
Martín al fin la ha mirado pero el problema es que la pequeña ha perdido su sonrisa y, a estas alturas, ni se reconoce. Un libro para que todos reflexionemos sobre esa necesidad de contar con la aprobación de los demás y tomar conciencia de que antes de tratar de gustar al otro hay que reconciliarse primero con uno mismo.