lunes, 22 de mayo de 2017

YO VOY CONMIGO


A pesar de que solo han pasado cinco años desde que viera la luz aquel ¿Hay algo más aburrido que ser una princesa rosa?, Raquel Díaz Reguera (Sevilla, 1974) cuenta con un mundo propio que resulta inconfundible y veintisiete títulos a sus espaldas entre los que destacan éxitos tan rotundos como Abuelas de la A a la Z, un divertido repertorio sobre el género "abuelil" y otros muchos inventarios sobre besos o cuentos de hadas. Una carrera de vértigo en el mundo de la ilustración infantil que sigue compaginando con eta como compositora musical y que ahora nos conduce a este álbum que ahonda en la necesidad de querernos tal como somos y reivindica la diferencia como un valor positivo.



En la misma estela que el memorable Orejas de mariposa, Díez Reguera nos participa sus intenciones desde la dedicatoria del libro "A las pequeñeces que nos hacen singulares" y tira de Serrat para recordarnos "...quiéreme entero y tal como soy". A partir de entonces descubriremos a una niña encantadora que, con cara de enamorada, alas en la espalda y pájaros revoloteándole la cabeza nos confiesa insistentemente su amor por Martín. Lo nota en la piel cuando las rodillas se le ponen tontas al pasar a su lado aunque él no se dé ni cuenta. Por ello sus amigos le sugieren que cambie de peinado, se quite las gafas, esconda sus pecas o simplemente deje de canturrear. El lector verá cómo la niña se va despojando poco a poco de esos detalles un tanto estrafalarios que la hacían distinta al resto, cómo va renunciando para revelarnos una imagen más convencional frente a la protagonista atolondrada que nos conquistó al principio. Una rendición que se materializa con acierto a través de ese dibujo de pájaros enjaulados que antes volaban en libertad.

Martín al fin la ha mirado pero el problema es que la pequeña ha perdido su sonrisa y, a estas alturas, ni se reconoce. Un libro para que todos reflexionemos sobre esa necesidad de contar con la aprobación de los demás y tomar conciencia de que antes de tratar de gustar al otro hay que reconciliarse primero con uno mismo.